20 – Alberto Salcedo Ramos

Sobre el documental Carta a una sombra

Duele ver “Carta a una sombra”, el emotivo documental de Daniela Abad y Miguel Salazar basado en el libro “El olvido que seremos”, de Héctor Abad Faciolince.

Duele recordar cómo un hombre generoso e indefenso fue asesinado solo por decir ciertas verdades incómodas.

Duele ver de nuevo esas imágenes, ya descoloridas, de aquellos terribles años 80 en que los amedrentados colombianos usábamos eufemismos como “fuerzas oscuras” para nombrar a los criminales.

¿Dije usábamos?

El doctor Héctor Abad Gómez, protagonista de este hermoso documental, no. Él siempre habló claro. Aunque era un hombre apacible, respetuoso, tolerante; aunque jamás usaba verbos incendiarios ni incitaba a la violencia, solía referirse a las cosas por su nombre exacto. Al genocidio le llamaba genocidio y a la persecución política le llamaba persecución política. Un poco antes de morir, por ejemplo, había denunciado en su programa radial la sistemática campaña de exterminio contra miembros del partido de izquierda Unión Patriótica.

Además tuvo el valor -y la generosidad- de encabezar una marcha de protesta en defensa de los derechos humanos, tan vulnerados en aquella época, tan vulnerados siempre.

Digo “valor” porque en aquel régimen de terror instaurado por la extrema derecha no cualquiera se atrevía a esgrimir un discurso de protesta que fuera más allá de los adjetivos rimbombantes para lamentar el atentado reciente o las referencias tácitas a los verdugos.

Y “generosidad” porque el doctor Abad Gómez, por entonces ya jubilado, estaba por encima del bien y del mal, y perfectamente hubiera podido disfrutar de una vida tranquila en vez de ponerse a correr riesgos.

Pero Abad Gómez consideraba un deber expresar sin rodeos sus opiniones sobre los temas que afectaban a la sociedad. Por eso lo mataron.

Como médico enfocado en la prevención era crítico de la forma en que se manejaba la salud pública; como columnista y conductor de programas radiales era un activista que jamás se le escondía a los temas espinosos y como defensor de los derechos humanos tenía arrestos para plantear sus denuncias desde un lugar visible.

Duele ver “Carta a una sombra”, digo, porque uno termina siendo testigo de la pérdida de este hombre hermoso y valiente. Duele porque entonces nos reconocemos como habitantes de un país en el que las voces disidentes son silenciadas, un país fanático en el que las balas tienen más peso que los argumentos, un país donde ni siquiera es posible saber quién dispara.

Duele hasta las lágrimas el bellísimo retrato humano que, de manera coral, hacen su viuda, sus hijos, sus amigos, sus alumnos. Duele porque es conmovedor, porque siempre se siente sincero, porque logra, mediante un conjuro amoroso, devolverle a quien ya es sombra la voz que le arrebató la muerte, y esa voz nombra con lucidez ciertos horrores nuestros que aún siguen vigentes.

Duele pero agradecemos que nos duela.

Hay un momento muy emotivo en el cual Héctor Abad Faciolince va a visitar la tumba de su padre, y termina descubriendo que a la lápida de su hermana Martha -fallecida prematuramente en plena adolescencia- se le ha ido desvaneciendo la inscripción. “Así se va borrando todo”, dice.

Acaso lo que más agradecemos de “Carta a una sombra” es, precisamente, el hecho de regalarnos una historia necesaria que ahora será imborrable. Que se quedará con nosotros para siempre.

(Publicado el 12 de julio de 2015 en El Colombiano.)