Gonzalo Arango | Laura García Guerra | Jairo Trujillo
En lo poco se ve lo mucho
Salí de almorzar con una amiga en una plaza de mercado popular. Nos deleitamos con los diversos olores de aliños, verduras y frutas tropicales. Admiramos el arte de los vendedores por su manera de colocar los mangos, los aguacates, los tomates y tantas otras cosas bellas de nuestros campos. Conversamosamos sobre sobre esto y otras cosas.
–No hay como amar y disfrutar las pequeñas cosas, porque en ellas está la vida –le dije–. Y le hice alusión a la canción que canta Mercedes Sosa.
Uno se despide insensiblemente de pequeñas cosas,
lo mismo que un árbol que en tiempo de otoño se queda sin hojas.
Se oyó una voz muy cercana y melodiosa. Miramos los dos sorprendidos, y quien cantaba era el cuidador de carros del parqueadero. Nos había escuchado y, a propósito, empezó a entonar la canción aludida.
Al fin la tristeza es la muerte lenta de las simples cosas…
Continuó aquel hombre sencillo, emocionado y contento por haber sido tan oportuno.
… esas cosas simples que quedan doliendo en el corazón…
Contestó cantando muy entonada y emocionada mi amiga.
Uno vuelve siempre a los viejos sitios donde amó la vida,
y entonces comprende cómo están de ausentes las cosas queridas.
Volvió el hombre subiendo un poco la voz.
Por eso muchacho no partas ahora soñando el regreso
que el amor es simple, y a las cosas simples las devora el tiempo.
Demórate aquí, en la luz mayor de este mediodía,
donde encontrarás con el pan al sol la mesa tendida.
Le respondió la voz femenina al instante.
Estábamos en la mitad de la calle y los vehículos nos esquivaban discretamente, como para no importunarnos.
Pues sí, este es un caso concreto de cómo la vida está compuesta de pequeñas cosas, porque muchos pocos hacen un mucho, como decía un viejo refrán. O como lo expresó César Pavese, el autor de esta canción, “no se recuerdan los días, se recuerdan los momentos”.