Carolina Rojas | Elkin Gaviria
Elkin Ramiro Gaviria Muñoz
Medellín, 1956. Administración de Empresas, Universidad Eafit 1985. Artes Plásticas Universidad Nacional de Medellín 1993. Taller de creación literaria, Luis Fernando Macías. Publicación. Libro # 63, autores varios, Palabras Rodantes, cuentos para toda clase de niños; Comfama y Metro de Medellín
Jairo y los barquitos a vapor
(Publicado en “Palabras Rodantes, del Metro de Medellín”)
El abuelo José era un hombre de los antiguos del siglo diez y nueve, nacido en el año 1889. Era de cabello mono, tez blanca, alto y robusto. Había sido minero durante gran parte de su juventud, era un personaje lleno de conocimientos en muchas ciencias, todas adquiridas en la dura faena de la extracción de oro de filón. Manejaba con destreza los productos químicos, la mecánica, la metalurgia, la eléctrica, la latonería y la carpintería, que eran los conocimientos necesarios para la fabricación de sus propias máquinas en la mina y para la extracción del oro.
Sus innumerables explotaciones mineras nunca lo llevaron a la fortuna, terminando su juventud lleno de conocimientos, de máquinas viejas, arrumadas en el solar de su casa y, sin un peso en su haber.
Jairo, su pequeño nieto, lo visitaba los fines de semana y siempre encontraba al abuelo, desarrollando un nuevo invento. En sus visitas, había visto la construcción de muchos artefactos, como fueron: La fabricación de una lámpara de pie de un metro de altura, diseñada así para las personas que sufrían cataratas como él; fabricó una antena para los televisores a blanco y negro; desarrolló otra para su radio de tubos.
Jairo se mostraba interesado en los inventos de su abuelo, sosteniéndole algo que fuera a ensamblar o bien ocasionando algún daño en las manufacturas del abuelo.
José, con el paso de los años, se aventuró con pequeñas factorías, con la ilusión de conseguir el dinero que la minería no le había dado.
Así fue que se inició con un astillero de barcos a vapor.
Proyectó las necesidades de materias primas y salió de compra.
Jairo vino a visitar a su abuelo y, lo encontró haciendo unos trazos en el papel.
—¿Abuelo que es todo eso que tienes ahí? —le pregunto su nieto.
—Jairo, esos son los materiales para la fabricación de barcos a vapor.
—¿Y qué dibujas?
—Los planos de las embarcaciones. Es lo primero que se hace antes de la producción.
—Luego, calculas las medidas y haces trazos más precisos a lápiz, en cartulina y con regla y compás. Cuando termines, éstos serán los moldes.
Los haces sobre la lata, cortas la lámina, y sacas las del barco.
—Jairo escúchame, cuando trabajaba en la mina, me tocaba hacer canoas para la conducción del material. Con esto cogí experiencia en el manejo de la lámina y de la soldadura,
—¿Me ayudas a recortar la cartulina? —le preguntó el jefe del Astillero.
—Claro.
Recortó la cartulina como le indicó su abuelo.
Unieron las láminas del casco, sobre el fondo, instalaron la caldera con el tubo de escape en la popa. Luego pusieron el piso sobre el casco, las barandas, el puesto de mando con sus ventanas, el techo y la chimenea.
Al final, venía la pintura de la embarcación en brillantes colores. Una vez seca la pintura, le colocaron los distintivos, como: Emblemas, banderas, y el nombre.
Lo más ansiado por Jairo en todo el proceso, era la inauguración y puesta en marcha del pequeño navío.
—Hijo, toma el barco, le echas agua por el tubo de escape hasta llenar la caldera, después le metes el fuego y esperas a que la caldera produzca el vapor. En ese momento pones la embarcación en el agua —le explicó el abuelo al capitán del nuevo buque que zarparía en unos segundos.
A lo lejos se escuchó la sirena del pequeño vapor, anunciando la salida desde el puerto. Todos los familiares de los viajeros que estaban presentes movían sus manos dándole la despedida al barco con sus ocupantes que salían para altamar.
José y Jairo veían como la pequeña embarcación se alejaba del astillero, con sonoras burbujas que lo movían hacia adelante. No fue el primero ni el último navío que salió de los astilleros “José Jairo & Cía.”
La producción de Barquitos a Vapor se incrementó, desde el día en que Jairo llevó un ejemplar en vivos colores con la bandera de Colombia y lo puso a navegar en las turbulentas aguas de la piscina del colegio.
Los compañeros de su salón, al ver que el buque a vapor cruzaba sin problemas el amplio océano de la piscina, le encargaron cada uno, un pequeño navío.
Después vinieron más pedidos de los amigos de barrio de sus compañeros y, de ésta manera, la producción en los astilleros “José Jairo & Cía.”, no se detenía, cumpliendo con el montón de pedidos que les llegaban de todas partes. Tenían lista de espera de dos meses para las entregas de los buques.
El tráfico de las pequeñas embarcaciones en el puerto del Colegio se congestionaba cada vez más de los pequeños vapores, de nuevos capitanes, de pasajeros en tránsito de un lado a otro y del volumen de carga para transportar.
Después de los exitosos negocios que se siguieron y de que los pedidos no declinaban, el abuelo de Jairo decía: — Gracias al astillero “José Jairo & Cía.” logré encontrar la mina de oro que tanto buscaba.
Jairo juega cerbatana
Jairo, Fabio y Guillermo habían jugado fútbol toda la mañana. En la tarde se encontraron en el antejardín de la casa de Jairo.
—Les ganamos a los duros, ya era justo. ¿Bueno, Y ¿ ahora qué hacemos? —dijo Jairo a sus amigos que, tirados en la manga, comían espartillos.
—Salgamos en las ciclas y demos una vuelta por la casa de Inés y Elvira.
—¡No Fabio!, Yo quedé muy cansado del partido. Más bien hagamos otra cosa. Yo tengo un juego que aprendí en el colegio y es bien bacano.
—Y ¿cómo es el juego, Jairo?
—Consiste en coger un tubo de aluminio y hacer unos conos de papel, los metes por el tubo, soplas duro y las saetas salen y caen lejos. ¿Qué tal?, ¿cómo les parece?
—Listo, se ve bueno ¿Y dónde conseguimos los tubos? —Preguntaron los amigos.
—Realmente no son tubos, son cerbatanas, igual a las que usaban los indios. Yo tengo una para que juguemos hoy, pero después, consiguen unas iguales ¿Vale? —así les habló, el jefe de la tribu.
Jairo regresó al sitio donde se encontraban sus amigos con todos los implementos para el nuevo juego.
—Para hacer las saetas, tenemos que cortar tiras de papel. Así, de este ancho, luego las envuelven y las pegan, mojándolas con saliva hasta formar una punta fina.
Cada uno se puso a fabricar sus propias saetas, y cuando estuvieron listas, comenzaron la competencia.
—Jairo, empiece usted, y nos muestra cómo se hace.
—Cogen la saeta y la meten en el tubo, después soplan duro, y la saeta sale lejos, entre más duro soplen, más avanza. Miren, yo tiro.
La saeta no se vio cuando salió de la cerbatana y, a cien metros, se la vio caer.
—¡Uy ¡que bacano, Jairo, me toca a mí —le dijo Guillermo.
—Muéstreme la saeta que hizo y le digo si está buena.
—Sí… hágale.
Guillermo puso la saeta en el pedazo de tubo, tomó todo el aire que le cabía en los pulmones, se la llevó a los labios entreabiertos y expulsó todo el aire que había retenido.
—¡Uy, qué lanzamiento hiciste! Quedó más lejos que la mía. —Ahora le toca a usted, Fabio.
Este, pulía su saeta, la hacía más aerodinámica poniéndole más saliva en la punta. No se desesperó por coger el tubo, hizo todo más despacio, asegurándose un lanzamiento perfecto. Todos estaban en silencio ante la expectativa montada por Fabio.
—Guillermo, présteme la cerbatana, yo le cargo mi proyectil.
—¡Ahí voy! fuuuuu, la saeta salió tan rápido que ni la vieron caer, se les perdió.
—Ja, ja, ja, ¿Cómo les pareció?
—¡Síii ¡muy bien, dijo Jairo.
—Aceptable —añadió Guillermo.
Siguieron jugando al que más lejos lanzara. La destreza de Fabio en hacer las saetas lo hizo el campeón de la prueba. Jairo, aburrido con sus resultados, se ingenió la prueba de puntería y les dijo:
—Realmente, lo más importante en el lanzamiento con cerbatana, no es llegar muy lejos, sino tener buena puntería.
Jairo esperaba con esta prueba, pudiera en desquitarse de sus amigos y más, por haber sido él, el que les había enseñado el juego.
—Vamos a tirarle a un blanco, que puede ser la lámpara de la calle. Jugamos hasta que alguno, le dé de primero. ¿Listo? —Les dijo Jairo, convencido de su puntería.
—¡Ahí va! Fuuuuu, ¡ah! No le di.
—Me toca a mí —dijo Guillermo.
—No señor, espere que son cinco tiros seguidos en esta prueba —le alegó a Guillermo.
—Está bien, dele —dijeron sus colegas.
—Jairo lanzó las cinco veces sin poder dar en el blanco.
El turno era para Guillermo.
Preparó sus cinco saetas y lanzó una detrás de la otra y con suerte dio a la lámpara en dos ocasiones.
—¡Felicítenme!, ¿cómo les pareció?
El turno ahora fue para Fabio, que ya les había demostrado sus habilidades.
—¡Prepárense! ¡Voy!, lanzó sus proyectiles y obtuvo dos blancos, igual que Guillermo.
Jairo quedó tan aburrido, que de inmediato se inventó el último juego.
—Les propongo que tiremos a blancos móviles y el que acierte, gana todo el juego! Ah ¡¿Qué tal?
—¿Y a qué le tiramos? —preguntaron.
—Es muy fácil, el que primero le pegue a un carro, ese gana.
Jairo, como cortesía con los ganadores, los dejó tirar primero. Apostados en la manga, tal como combatientes de guerra, lanzaron las saetas sin acertar en ningún tiro.
—El turno es mío, cargó su cerbatana y, en el primer lanzamiento, su saeta entró por la ventanilla de un auto, dándole en la cara al conductor.
En ese momento, se oyó el frenazo del carro y los amigotes, salieron a esconderse al lote vecino.
—Jairo, como usted ganó, vaya donde ese señor— le dijo Fabio.