La aventura fascista
No es el uso de la violencia, sino el mal uso de la violencia, lo que está precipitando la crisis del fascismo que nos relatan hoy los periódicos.
La violencia puede ser explicable cuando constituye el único medio de defensa de un pueblo oprimido, y, sobre todo, cuando está al servicio de un ideal puro de progreso del mundo. Pero en el fascismo no se produjeron estas circunstancias; al contrario, el fascismo se levantó como una reacción contra los trabajadores sublevados legítimamente, que querían sacudir su esclavitud milenaria y satisfacer su derecho a una vida más noble y más equitativa. Así, el fascismo se caracterizó desde un principio como una fuerza antihistórica, como una fuerza artificial de inercia que intentaba obstruir el camino hacia la organización definitiva, que siguen trabajosa pero fatalmente las sociedades.
Y la prueba de que la razón histórica y la verdadera intención del porvenir no están de parte del fascismo, es, irrefutablemente, su prematura decadencia. El fascismo no ha logrado establecer un contacto esencial con el pueblo, y, por eso, como lo estamos viendo, no tiene probabilidades de instruirse como una forma permanente de gobierno. Ya puede decirse que ha renunciado a sus mejores esperanzas puesto que se ha resignado a llamar en su ayuda a los viejos políticos profesionales que había derrocado, después de vilipendiarlos.
No es posible que adquiera vigor y se estabilice un régimen que, a pesar de llamarse nuevo, no trajo, sin embargo, una doctrina fundamental de progreso. El fascismo ahogó momentáneamente la revolución proletaria, pero no le opuso a la filosofía y a la economía de los obreros socialistas una filosofía y una economía que pudieran sustituirlas como base de la organización del Estado. Así, sin una doctrina fundamental, el fascismo no pudo hacer nada distinto de lo que habían hecho los corrompidos regímenes anteriores, de manera que el anhelo y la necesidad de redención del pueblo, aunque permanezcan en el silencio, están intactos.
En resumen: el fascismo sólo ha sido una violenta aventura regresiva, sin justificación histórica y sin ideas esenciales. Ha sido nada más que la proyección temperamental de un hombre sobre la vida italiana, pero necesariamente este fenómeno de energía individual debía transcurrir rápidamente, porque sólo adquiere capacidad de permanencia la expresión de un anhelo humano, de índole futurista, colocado en la vía dolorosa de perfección que recorre el mundo.
El Espectador, “Gotas de tinta”, Bogotá, 18 de abril de 1924.