Jairo Trujillo Mejía
Jairo Trujillo Mejía | Jesús María Dapena Botero | Enrique Santos Molano
En el 250 aniversario del nacimiento de nuestro prócer
Antonio Nariño: Un ejemplo para rescatar
Charla dictada en el Centro de Historia de Envigado
Quiero decirles que no soy un experto en Antonio Nariño. Solo soy un admirador de sus ideas y de sus obras. No lo endioso, porque creo que ninguno de los próceres nuestros fue perfecto.
Nariño era un hombre muy humano, uno de los más avanzados en la época de la Independencia de nuestro país y de los más grandes de América. Tanto que algunos dicen que si él no hubiera caído preso en Pasto, no sería raro que hubiera sido el libertador de muchos pueblos de Suramérica. Algunos historiadores dicen, incluso, que además de precursor fue uno de nuestros libertadores.
Las crónicas de José María Caballero en su Diario de la independencia y el libro de José María Espinoza, Memorias de un abanderado, son testimonios directos de dos hombres sencillos y sin pretensiones que lucharon al lado de Nariño y lo conocieron ampliamente. Ellos expresaron muy sentidas opiniones sobre la llamada época de Nariño, durante el período de la Patria Boba, de 1810 a 1819, apodo que algunos atribuyen a Nariño.
De Antonio Nariño quiero resaltar un aspecto importante: La historia nos lo ha presentado como el precursor de la independencia junto con Miranda de Venezuela, Espejo de Ecuador y otros más en América. Hubo otros movimientos que fueron precursores de la independencia de nuestro país y de América: el movimiento de Túpac Amaru y el gran movimiento de los comuneros de José Antonio Galán. Movimiento éste de gran raigambre popular y con alto contenido anti-feudal. Lo que expresaba este movimiento era su deseo de romper con las ataduras del sistema monáquico, pero todavía no veía claro que la raíz de éste era la corona española. Representaba las nuevas fuerzas productivas y económicas, que querían un cambio socioeconómico en nuestro país. Cambiar las relaciones de propiedad de la tierra y las ataduras que se cernían sobre el comercio. Nótese que la zona más desarrollada de la economía colonial era la de las provincias nororientales del país, particularmente Santander y sus alrededores.
Tanto en la revolución de Galán y los comuneros, como en el levantamiento del 20 de julio de 1810, se presentaron dos líneas que no estaban completamente delimitadas. En todos los casos y en forma clara no puede decirse que éstos eran los buenos, aquéllos eran los malos, éstos los que sí querían la independencia, aquéllos los que querían la dominación de España. Eran dos líneas que a veces se entrecruzaban y mezclaban y era difícil establecer una separación. En la época de los comuneros aparece la corriente de Berbeo y Salvador Plata, que lo que buscaban era cambiar la dominación española por la de los grandes terratenientes santandereanos y de la altiplanicie cundiboyacense. Tanto que uno de los comerciantes de la época, el indio Ambrosio Pisco, se proclamó rey y le sirvió a Berbeo en su propósito de impedir la llegada de los comuneros a Santa Fe. Los de la línea de Berbeo soñaban con ser los señores del pueblo raso, y al no lograrlo, se pusieron al servicio del Arzobispo virrey Antonio Caballero y Góngora, quien les dio el indulto y algunos cargos, mientras que a Galán y a sus compañeros lo fusilaron y descuartizaron.
José Antonio Galán implantó el poder popular adonde llegó con sus tropas. Galán, cuando se desprendió de los capitanes en Zipaquirá, se fue a Facatativá, luego a Guaduas y siguió hasta Honda y Ambalema. Lo primero que hizo fue acabar con los impuestos, tumbar la dominación española, establecer un poder popular y ojo… ¡Muy importante: Le dio libertad absoluta a los esclavos! Treinta o cuarenta años antes del Libertador, lo hizo un aguerrido campesino santandereano. Pasaron muchos años después de la independencia para que se decretara la libertad de los esclavos.
La vida y la obra de José Antonio Galán y sus compañeros es genialmente estudiada en el libro Los comuneros de Germán Arciniegas.
El hilo conductor entre Galán y Nariño es bastante directo, e incluso personal. La novela histórica El arzobispo de terciopelo, escrita por Enrique Santos Molano, nos recrea esa relación.
Nariño descendía de una familia con medios económicos. Hijo de un español y una criolla. Su padre era funcionario de la corona, contador del virreinato. Nariño ingresó a la carrera militar a los diez y seis años. Estando en las milicias encargadas de proteger la capital de los insurrectos y “malvados” comuneros, vio cuando llegaron con Galán amarrado a la plaza mayor de Santa Fe. A Nariño le tocó presenciar el fusilamiento y descuartizamiento de ese gran líder popular. Eso lo conmovió de tal forma que sus padres decidieron retirarlo de la milicia. A partir de ahí se despiertan en él las inquietudes revolucionarias. Muy pronto pudo conocer a través de la gran biblioteca que le dejaron su abuelo y su padre los libros y documentos de la Ilustración y particularmente los libros sobre La Revolución Francesa.
Nariño era un verdadero representante de aquellos adinerados y comerciantes que querían un cambio en nuestro país, por fuera del régimen retrógrado de España. Eran comerciantes que buscaban el librecambio, comerciantes ilustrados, interesados en aplicar o adaptar para nuestro país las grandes ideas revolucionarias de la época. Ideas plasmadas por Voltaire, Rousseu y todos los enciclopedistas. Nariño, como todos lo sabemos, hizo la traducción de Los derechos del hombre y los publicó y distribuyó. Se dedicaba al comercio de la quina y del café y en unos pocos años amasó una buena fortuna que dedicó a la compra de libros y de una imprenta. Él era el único que la tenía en ese entonces y la instaló en el parque de San Francisco, conocido hoy como Parque Santander en Bogotá, cerca del Museo del Oro. En ese sitio fundó la primera tertulia política llamada “El arcano”. Allí se empezaron a mover las ideas que concluyeron en los cambios posteriores y en ella participaron personajes cómo Francisco Antonio Zea.
Hay, pues, un hilo conductor entre los comuneros, verdaderos precursores de nuestra independencia, y la actividad y las ideas de Antonio Nariño, cuyo nombre completo, al estilo de su época, era Antonio Amador José Nariño y Bernardo Álvarez del Casal. Nació en Santa Fe un 9 de abril de 1765.
Nariño fue un continuador de la obra de los comuneros, pero los comuneros no tenían la visión que tenía Nariño ni podían tenerla. La Revolución Francesa de 1789 tuvo una influencia rápida y poderosa. Cuando Nariño se dedicó a promover sus ideas, era ya alcalde de Santa Fe y funcionario del gobierno virreinal, y a pesar de eso movió y fundó su grupo rebelde. Es decir, aún siendo funcionario del estado virreinal, se dedicó a subvertir las ideas en contra de ese estado. Posteriormente lo nombran recaudador de diezmos y lo acusan de malos manejos económicos. Después de pasar muchos años en la cárcel y en el destierro vuelve a la patria, es nombrado vicepresidente y senador. Tiene que enfrentarse a Santander y lo vuelven a acusar, como los españoles, de desfalco de los diezmos en el siglo anterior, pero él hace su defensa en una elocuente pieza oratoria y lo absuelven de dichos cargos.
El desarrollo de sus actividades fue rápido e intenso y pronto cayó a la cárcel. Su lucha contra la dominación española se sucede entre la cárcel, el destierro, la guerra y la vida pública. Apresado por traducir y publicar Los derechos del hombre, lo condenan a una prisión en África, se fuga en Cádiz y recorre Europa. Allí se conoce con Miranda, el venezolano. Viaja a Inglaterra a buscar apoyo y trata de integrar la actividad de la revolución europea con la de estas colonias, pero no lo consigue. A su regreso se presenta con ingenuidad frente al virrey y le promete que estará con su familia. Vuelven a enviarlo a las mazmorras. Realmente sus intenciones nunca fueron las de abandonar la lucha. El tratamiento que le dieron lo convirtió en el hombre más popular de la época. El pueblo vio en él al símbolo de su emancipación, un hombre capaz de encabezar la causa. Para ese momento defiende su posición abiertamente y considera necesario que España deje en libertad a América. En el documento que le envía al virrey le habla de sus actividades en Europa. José Manuel Restrepo lo trata como delator de sus amigos. Realmente en ese documento él menciona sus actividades personales en busca de ayuda para la independencia de América.
Nariño considera la unión de las diferentes provincias de la Nueva Granada como clave para enfrentar la ofensiva de la reconquista española. El rey de España, que nunca pisó suelo americano, ejercía su control a través de virreinatos, capitanías y otras figuras que aparecieron con ese fin.
Aun dentro de la Corona y en la iglesia de España se presentaron contradicciones y puntos de vista diferentes en relación a la dominación americana desde el principio de la conquista. Por ejemplo, Bartolomé de las Casas, que había sido encomendero en La Española (hoy República Dominicana), cambió sus ideas en contacto con algunos misioneros. El fraile dominico Antonio de Montesinos pronunció el Sermón de adviento en 1511, denunciando a los encomenderos, llamando al respeto de los indios y recordando su condición humana (ver este sermón en http://www.youtube.com/watch?v=EpM6FjQGylg). Fray Bartolomé de las Casas, después, se convirtió en el gran defensor de los indígenas. Este personaje nos involucra directamente en el problema de la dominación colonial.
Las diferencias entre quienes estaban a favor de los indígenas y los que abogaban por la guerra contra ellos se dio en toda la Colonia, tanto en América como en España. Aparece Venero de Leyva, presidente de Santa Fe y uno de los grandes defensores de los indios en contra de los encomenderos. Y por otro lado había funcionarios y encomenderos enemigos furiosos de los indígenas, partidarios de la guerra contra ellos y que practicaban los tratos más inhumanos con la población aborigen.
Estas circunstancias y otras hicieron que las colonias y las provincias de América fueran sumamente diferentes e incluso rivales entre sí, porque los caudillos feudales querían dominar en cada una de ellas. A eso se debe que en la época de la independencia dominaran aquellos hombres cuyas ideas federales buscaban que cada uno gobernara su región o su provincia en contra de la otra. Pero eso sí, unidos en el apoyo a Fernando VII, los federalistas buscaban controlar su provincia y al mismo tiempo juraban fidelidad al rey e incluso eran más retardatarios que los mismos españoles, pues se oponían a los resguardos indígenas. Eran contrarios a la idea unificadora y centralista de Nariño que buscaba integrar a todas las provincias alrededor de Santa Fe, capital del virreinato, y propuesta por él como nueva capital de la república, con el fin de hacerla más grande y más poderosa, en contra de la reconquista española. Esas fueron las razones de Nariño para proponer las ideas centralistas. Cuando ya se logró la independencia, cambió de idea e incluso defendió el federalismo, siempre y cuando fuera una federación gigantesca como la que proponía Bolívar, desde Bolivia hasta Venezuela. O sea, que para ese propósito y por su tamaño, ya era necesaria una república federal.
En los comienzos de la independencia, Nariño propuso el centralismo e incluso el centralismo fue su principal bandera. Más adelante, José Manuel Restrepo, que era el gran contradictor de esas banderas, reconoció que las ideas correctas para la época eran las de Nariño, que en aquellos momentos el centralismo era la vía propicia para la independencia y el enfrentamiento a la dominación de España. Claro que no dejó de criticar a Nariño por su supuesto sectarismo al defender esas ideas.
Estando Nariño preso en Cartagena, viene el grito del 20 de julio. No todos en este momento eran partidarios de Camilo Torres que era el gran rival de Nariño. Había un personaje que fue el verdadero tribuno del pueblo: José María Carbonell. La historia oficial enseña que el tribuno del pueblo era José Acevedo y Gómez, aquel de la famosa frase: “Si perdéis estos momentos de efervescencia y calor…” Pero quien movió al pueblo, quien convocó a la gente de los ocho barrios que componían la Santa Fe de aquella época, fue José María Carbonell. El mismo que unos días después de la independencia es llevado a la cárcel por los “próceres”, que liberan al rey y a la virreina, que habían sido apresados por la presión del mismo pueblo.
Cuando el grito de independencia, Nariño no es puesto en libertad, nuestros próceres no se la dan, pues temen que llegue a disputarles el poder. Para ellos era más peligroso que el virrey, a quien lo ponen a presidir la junta. Finalmente, por petición del pueblo, Nariño sale de la cárcel y empieza su actividad. Lo primero que hace es impedir la separación de Cartagena, a pesar de que ya se había acordado tal determinación, pues los federalistas de allí buscaban la independencia de Santa Fe pero no la de España. Fue el primer movimiento separatista de la Nueva granada. Con base en argumentos, Nariño logra convencerlos para devolver este proyecto. En este momento empieza todo un proceso en la vida política de Nariño, a partir de la segunda mitad de 1810.
La actividad es intensa y muy productiva. Es un Nariño buen militar, es un Nariño fundador del periodismo político en Colombia, es un Nariño estadista, es un Nariño que llega a ser grande en la política colombiana y gran líder popular. Es el hombre a quien todo mundo quiere. Más aún, mientras los otros llegan al poder mediante contubernios, Nariño es presidente de Cundinamarca por decisión popular, es el pueblo quien literalmente lo lleva a la cabeza del gobierno.
Cae el presidente de Cundinamarca Jorge Tadeo Lozano. Una nota, titulada Noticias gordas, publicada en el periódico La Bagatela, dirigido por Nariño, genera una sublevación popular. La multitud obliga a dimitir al presidente y literalmente monta en su lugar a Antonio Nariño. Esto demuestra la influencia y la aceptación del periódico. De éste se publicaban de 100 a 150 ejemplares, la gente que sabía leer y escribir lo copiaba a mano y lo distribuía, se creaban grupos de lectura del semanario e incluso lo mandaban a Cartagena y a Cúcuta. También a Venezuela y a Quito. Tuvo una gran difusión en todo el hemisferio. En el barrio Egipto, que era uno de los barrios más importantes de Santa Fe, la gente lo leía. En San Victorino, en una tabernita donde se reunían todos los conspiradores, sitio preferido de José María Carbonell y su gente, se agrupaban varias personas para oír La Bagatela. Así se convirtió en el principal aglutinador de las ideas de Nariño y en el gran detonador de un nuevo movimiento.
Nariño vivía en una hacienda de la Corona, que se llamaba Los Montes. Quedaba a orillas del río Fucha, exactamente en lo que hoy es la carrera 37 con la calle 10 sur en Bogotá. Hoy fue restaurado como el Museo Nariño en el barrio Ciudad Montes. A esa hacienda se fue la gente después de tumbar a Tadeo Lozano y se trajeron a Nariño, literalmente montado y le dijeron: usted es el presidente. Nariño consideró necesario legalizar esta decisión. Los órganos de poder de la época deliberaron, él los dejó solos y por unanimidad lo eligieron de nuevo presidente de Cundinamarca. Un hombre ascendido al poder por el pueblo en su soberana voluntad.
Era un hombre culto e instruido, capaz de llegarle al pueblo. Les hablaba de lo real, de lo más importante para el progreso del país, de la necesidad de ser independientes y soberanos frente a España. La abolición de la esclavitud era otro elemento importante en las ideas de Nariño. También la obligación de trabajar juntos, unidos en una forma centralizada contra la dominación española. Hay que prepararse, decía, porque los españoles vienen y nos van a cortar la cabeza. Y… vinieron y se las cortaron a todos los que pudieron.
Mientras la gente se enfrascaba en guerras civiles y luchas intestinas, los españoles avanzaban. Desde el sur, marchaba Sámano y desde el norte, Morillo. Los dos se encontraron en Santa Fe. Sámano logra su ambición grande, la de ser virrey. Morillo, llamado “el pacificador”, deja a Sámano en Santa Fe y él vuelve otra vez a la guerra contra Bolívar, en el nororiente. Todo lo que había dicho Nariño en La Bagatela, se cumplió.
La historia oficial presenta como grandes estrategas militares de la independencia a Bolívar, a Córdoba y especialmente a Santander, pero no mencionan como gran militar a Nariño. Se refieren a él solamente como precursor, como el que trajo las ideas de la Revolución Francesa.
He aquí algunos casos concretos en la vida de Nariño que dan fe de su capacidad y destreza militar:
Cuando Nariño era presidente de Cundinamarca, los federalistas de Camilo Torres y su gente se fueron a Tunja, luego a Villa de Leyva e Ibagué. Lo cierto era que querían derrocar a Nariño, tanto que llegaron a convencer a Sucre y a Baraya, uno de sus grandes amigos, para que se le opusieran. A este último le ofrecieron el cargo de presidente de Cundinamarca y en su ambición, Baraya abandonó a Nariño. Le quitó las tropas, que eran las tropas oficiales de Santa Fe, se las llevó para Tunja y las puso al servicio de Camilo Torres. Es a partir de este momento cuando se inician las guerras civiles que nos acompañan hasta el día de hoy.
No se puede desconocer que Baraya era un gran militar, con una carrera y gran trayectoria. Antes de ser Nariño presidente de Cundinamarca, Baraya sacó a Sámano de Popayán y lo arrinconó. Erróneamente no continuó con su tarea y Sámano se recuperó. Cuando Baraya regresa a Santa Fe, Nariño como presidente lo abraza y lo asciende militarmente. Es el abrazo de dos grandes amigos.
En las crónicas de José María Caballero se puede leer que en la Bogotá de la época todo era fiesta, voladores, carnavales. Era un pueblo que, a pesar del clima frío, era tremendamente alegre. A Baraya le hicieron un gran recibimiento. No obstante, Baraya convence a Sucre para que abandone a Nariño. Nariño se queda casi sin tropas.
Baraya, enviado por Camilo Torres y su gente, con tres a cuatro mil hombres, se va para Santa Fe. Manda a Atanasio Girardot a controlar a Monserrate. Girardot toma posesión del lugar. Baraya se va para Fontibón con otras tropas y envía el resto para Bosa, Usaquén y Suba. Quedó completamente cercada la capital. El propósito era cercarla a punto de hambre.
Nariño hace uso de su diplomacia y de su gran capacidad de convicción. Se dedica a enviar cartas y comisiones a todos los sectores. Francisco José de Caldas, que venía como ingeniero de pólvora, le dijo a Baraya que Nariño estaba dispuesto a negociar. Nariño dice que lo único que pide es que le dejen sacar sus cosas y a su familia. No está aferrado al poder. Baraya responde: Nada. “A sangre y fuego” nos tomaremos a Santa Fe. Le ofrece a sus tropas libertad para saquear las viviendas y violar a las mujeres.
Las tropas de Nariño van a Usaquén y atacan de noche al contingente de los de Baraya. Logran una victoria en su cometido, arrestan a varios combatientes. Eso los anima sobremanera. Cuando el pueblo oye la respuesta frente a la propuesta conciliadora de Nariño y la actitud arrogante y sangrienta de Baraya, todos dicen: “La muerte por Antonio, no vamos a dejarnos”.
Por primera vez, por única vez en Colombia, porque nadie más ha hecho eso, Nariño arma al pueblo y lo moviliza y organiza militarmente. Eso de armar la población no se ha visto. Se habla de un ejército de paramilitares, de guerrilleros, del ejército del gobierno. Es decir, ejércitos profesionales, no de una población armada. Nariño lo hizo, puso a todos a participar, a las mujeres y a sus propias hijas. Una de ellas fue la encargada de prender el cañón en San Victorino, donde él se puso al frente de sus tropas, junto con sus hijos.
Baraya envió un a emisario con órdenes expresas para Atanasio Girardot, con miras a que éste atacara desde Monserrate. Nariño logra interceptar a esta persona y a punta de explicaciones lo convenció para que se pusiera de su parte. ¿Sabe qué?… –lo increpó–. Vaya y le dice a Girardot que Baraya le ordena que no se mueva de Monserrate. Girardot aceptó las órdenes, oyó los tiros en San Victorino y allá se quedó. Así lo neutralizó.
Nariño puso de comandante general a Jesucristo. Los curas, especialmente los agustinianos, donde estaban los hermanos de la Pola, nuestra heroína, eran partidarios de la causa de Nariño. El cura Rosillo, que antes había sido su enemigo, ahora era su amigo y esto le dio presencia entre ellos y el pueblo. Es decir, que buena parte de la iglesia apoyaba ahora al gobierno de Nariño. José Manuel Restrepo dice que Nariño se aprovechó de la fe católica.
El plan fue el siguiente: Entre la población regaron la bola o el rumor de que la Virgen rondaba las fuerzas centralistas. Cuando las tropas de Baraya llegaron, entraron por la Huerta de Jaime, lo que hoy conocemos como el Parque de los Mártires, exactamente en la avenida Caracas con calle 11, a una cuadra o dos del Parque Antonio Nariño o Parque de San Victorino. Hoy ha sido reformado y retirada la escultura de Nariño. Poca gente lo reconoce por su verdadero nombre. Antes era una plaza grande al lado derecho de la iglesia de los Benedictinos. Es lo que hoy reconocemos como la carrera 13 y la Avenida Jiménez. Se la conocía como La Alameda, eran cuatro calles que se conectaban. Baraya entró por ese lado, según la estratagema de Nariño. El plan era reunir todas las fuerzas en la boca-calle de San Victorino con los cañones y todo el arsenal. Había que atraer a Baraya, aprovecharon la fe religiosa para hacer creer que la Virgen estaba en oposición a sus órdenes, así que pasarían por la Huerta de Jaime. Entraron y los dejaron pasar por San Victorino. Las tropas siguieron el camino señalado por la Virgen. Cuando entraron, la hija de Nariño prendió el primer cañonazo.
Los mil combatientes de Nariño, todos, gentes sencillas del pueblo que desconocían las armas, se lanzaron al ataque. Las mujeres salían en masa y les quitaban los fusiles a los caídos, los acorralaban y los llevaban detenidos. Reunieron 1.500 presos. Demostración de respaldo que no se dio con ningún otro héroe de la independencia. La población sintió que ese era su líder. Entre los caídos estaban el sabio Caldas y Santander, que ya era oficial. Nariño se mostró como se había mostrado antes, como un hombre benevolente.
Al terminar la batalla Baraya huyó, abandonando su espada y a sus hombres y llegó solo a Villa de Leyva. Nariño invitó a sus hijas, a su esposa y a toda la población para curar los heridos, alimentar a los prisioneros y vestir a los que dañaron sus ropas. Llegó incluso a darles dinero para que regresaran a sus tierras.
Recordemos que cuando Nariño era presidente, a Bolívar no le iba bien militarmente. La actividad de Boves en los Llanos lo obligó a buscar ayuda. Acababa de terminar la batalla de San Victorino. Nariño lanzó un bando solicitando voluntarios para combatir con Bolívar y se presentaron 127. Entre ellos Maza y Santander que estaba preso. Recogen el dinero entre los pobladores y las donaciones ascienden al doble de lo solicitado. Por el norte Bolívar afronta a Boves, por el sur viene Sámano que había sido desterrado el 20 de julio cuando era comandante de las tropas del Virrey, por el norte Morillo. Sámano estaba en España, pero regresó y en Quito organiza con el virrey la reconquista.
La Nueva Granada estaba cercada. Nariño considera necesario irse a enfrentar a Sámano, renuncia a la presidencia y se alista como soldado raso en los ejércitos libertadores de la Campaña del Sur. Entregó su cargo, pero fue nombrado general para que tuviera mando. Por el Norte viene Bolívar y se encuentra con los de Tunja. Desde ahí parte para Santa Fe.
En poco tiempo, a pesar de los reveses y de la labor de zapa de la gente de Camilo Torres, Nariño logra derrotar a Sámano en Calibío, se toma a Popayán y avanza con frenesí y contra viento y marea hacia el Sur. La gente del pueblo de Quito lo espera con impaciencia, porque todos saben que Nariño avanza victorioso y sí busca de verdad la independencia. Con su ejemplo personal, con su arrojo y su valor y con la decisión inquebrantable de vencer, la Campaña de Sur se convierte en una marejada de gran poder.
Sin embargo, después de alcanzar a llegar a las afueras de Pasto y lograr importantes éxitos militares, la traición de los enviados de Camilo Torres y su gente y en circunstancias muy dolorosas, es abandonado y literalmente queda completamente solo.
Nariño es apresado cerca de Pasto. En un acto de valor sin límites, se enfrenta con su sola voz ante el enemigo y el pueblo embrutecido por los españoles, y les dice: “¿Queréis la cabeza del general Nariño? ¡Aquí la tenéis!” El general español Aymerich no se atreve a fusilarlo a pesar de las órdenes del virrey de Quito. “Yo no soy capaz de fusilar a un hombre tan valiente como éste.” A pesar de estar preso y solo, logra presionar conversaciones y condiciones para una relación diferente entre españoles y criollos. Finalmente es enviado a Ecuador y el pueblo de Pasto inclina la cabeza ante el héroe. En Ecuador no lo dejan entrar a Quito temiendo que la gente lo libere, lo llevan a un puerto y finalmente es enviado a España en donde permanece preso hasta 1820. Por acción y ayuda de los republicanos españoles, sale de prisión y regresa a América por Venezuela.
Cuando regresa de España es vicepresidente por dos meses por petición de Bolívar, luego es congresista y también pierde su cargo. Ya muy deteriorada su salud, viaja a Villa de Leyva y allá muere el 13 de diciembre de 1823, a los 58 años.
Nariño fue considerado en una encuesta nacional como el hombre más grande de la historia de Colombia. Y también fue de los más grandes de América.