Por invitación amistosa de los organizadores del Encuentro Internacional de Editores Independientes EDITA, Gotas de tinta hizo presencia con una ponencia en la XXXI Sesión de dicho evento realizada en Lisboa, Portugal. Tuvo lugar en el mes de mayo.
El escenario no podía ser más hermoso y encantador: La Lisboa de de Saramago y de Pessoa, la de los marineros y la de las grandes plazas, con sus gigantescas esculturas ecuestres. La Lisboa de viejos y nuevos tranvías, de construcciones antiguas y callejuelas estrechas y pendientes. La Lisboa milenaria y acogedora, con olor a río y a mar. La Lisboa del gran monumento a los colonizadores y del enorme Centro Culturl de Belén. La Lisboa de calles adoquinadas y de andenes en cuadritos de piedra. Esa Lisboa que no corre ni se agita, que anda lenta y pausadamente. Esa Lisboa de palacios y de un monasterio que rememora tiempos antiquísimos y de iglesias de oro y del museo de los azulejos que cautiva. La Lisboa de los barcos que cruzan el río Tajo que bordea la ciudad. La Lisboa del bacalao y de la comida de mar exquisita. La Lisboa de la gente linda y acogedora.
Durante varios días compartimos nuestras experiencias y recibimos la hospitalidad de los asistentes a EDITA, especialmente la de esa mujer dinámica que es Inés.
Hicimos nuevos amigos, soñamos cosas nuevas y gozamos el encuentro. Luego partimos hacia el norte, visitando de paso algunas ciudades.
Diversas culturas, distintas arquitecturas, monumentos antiguos en todas partes, donde se respira historia y una memoria que a veces ha tratado de perderse o de borrarse con las guerras y pueblos que han vuelto a levantarse y a reconstruir su mundo.
Indudablemente Europa fue la cuna de muchas culturas diversas y llenas de esplendor. Hay ciudades que son un verdadero museo público de arte. De un país a otro, en unas pocas horas de tren, se cambia de un estilo a otro. De monumentos negruscos y barrocos de Alemania, pasamos a las construcciones rojas y en ladrillo de Brujas en Bélgica en una hora larga. De las esculturas en mármol y de iglesias blancuscas en Milán, Venecia y Florencia, a los grandes palacios de Viena, majestuosos y medievales. De la ciudad de Kafka, la Praga de la larga Plaza Wenceslao, sombría y misteriosa, a la Berlín imperial.
Allí estaba la vieja Europa ahora experimentando una moneda única y una integración que vale la pena mantener. Unidos en la diversidad y aprendiendo a coexistir, recordando el pasado y buscando el futuro no muy claro todavía para muchos. Con una recesión larga y dura que ha dejado a gente en la calle pidiendo limosna o durmiendo en los andenes como en nuestras ciudades.
El Muro de Berlín, donde estuvimos, cayó en 1989. Lo que vino después ¿es la salvación? Ha surgido un nuevo mapa de Europa, con varios países desmembrados y con nuevas guerras, con gobiernos que ofrecen el oro y el moro pero donde pululan la miseria, el desempleo, el racismo y otros males. Si en siglos pasados Europa invadió u ocupó a América, Asia y África, ahora multitudes de estos continentes tienen a Europa completamente copada y cambiada. Con la diferencia que antes los europeos llegaban aquí a dominar, los americanos, asiáticos y africanos llegan a las antiguas metrópolis a mendigar un trabajo, a hacinarse en cuartuchos malolientes y a sufrir la persecución, la discriminación y la expulsión. Muchos mueren en el intento por llegar a Europa o se enfrentan con muros odiosos.